La importancia del crecimiento y desarrollo social - PROSOCEC SAS
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La importancia del crecimiento y desarrollo social

Recientemente se ha revivido en ciertas publicaciones colombianas y en la discusión de las políticas económicas un falso debate sobre la ausencia de una relación inequívoca entre el crecimiento y la erradicación de la pobreza. Se está volviendo a decir que no hay relación entre el crecimiento económico y la reducción de la pobreza. Es un debate que puede conducir a la adopción de políticas muy equivocadas.

El profesor Dani Rodrik, de la Universidad de Harvard, dice que esta discusión ha generado más calor que claridad.

Sostiene, además, que desde un punto de vista empírico es claro que el crecimiento y la reducción de la pobreza van de la mano. El énfasis de la discusión debe ser la escogencia de políticas que logren que haya crecimiento y desarrollo social, y que se le dé mucho peso al componente social de la política para que cuando haya que hacer sacrificios en aras de otros objetivos de política quede claro lo que se pierde en el ámbito de lo social.

Todos los países que han experimentado altas tasas de crecimiento económico en las décadas recientes han reducido sus niveles de pobreza absoluta. Rodrik concede que es posible imaginar situaciones en las que el crecimiento económico no les produce beneficios a los más pobres. Para que esto suceda, la distribución del ingreso tiene que haberse deteriorado significativamente como consecuencia del mismo crecimiento económico. En algunos países como Taiwán, Egipto y Bangladesh, el crecimiento de la economía ha venido acompañado de una mejor distribución del ingreso. En otros como Chile, Polonia y China ha sucedido lo contrario. El resultado parece depender de políticas específicas y de la situación de cada país, y no del crecimiento económico.

Esto no lo dice Rodrik, pero el vínculo entre el crecimiento y la reducción de la pobreza parece ser una variable política y como tal depende de la voluntad de los gobiernos. Por eso se está haciendo mucho énfasis para que al tiempo que Colombia adopte metas ambiciosas de crecimiento económico, como la de duplicar el ingreso por habitante en 20 años o menos, también se fijen metas sociales concretas para cumplir agresivamente en el mediano plazo.

Lo más urgente es enfocar el gasto social a reducir y exterminar la pobreza extrema. Las políticas que son efectivas para acabar con la pobreza, como el impulso a la educación básica, la provisión de servicios de salud y de servicios públicos a los más pobres, la nutrición, la creación de infraestructura rural, y equiparar las condiciones básicas de vida en el campo con las de la ciudad, también contribuyen al crecimiento económico porque mejoran la productividad de toda la economía y disminuyen las presiones que generan conflicto en la sociedad. Lo que importa es que el bienestar de los pobres y el desarrollo social entren a formar parte de los elementos esenciales de la política económica al mismo nivel de importancia que la estabilidad macroeconómica, la eficiencia microeconómica y la calidad de las instituciones.

El cuarto pilar, el del bienestar social y de los pobres, es la pata que le falta a la política económica para no cojear. En Colombia, el más sólido de esos cuatro pilares es el de la estabilidad macro. Entre los técnicos, los mejores y los más capaces se han orientado tradicionalmente hacía allí, descuidando lo micro, lo institucional y lo social, en ese orden. Hasta ahora aparecen técnicos de categoría y bien preparados en los ministerios de educación, salud, agricultura y defensa.

La eficiencia microeconómica generalmente se sacrifica en aras del clientelismo, por la corrupción o por simple ineptitud de mandos altos y medios. La calidad de las instituciones es asunto de suerte. Por suerte hay algunas buenas instituciones que sacan la cara por las demás, pero la mayor parte de ellas están vinculadas a la estabilidad y a la macroeconomía.

Para que la política económica sea exitosa, debemos remediar estos desequilibrios, ponerle las cuatro patas a la mesa y, sobre todo, favorecer a los más pobres, que son los que tienen las condiciones que más distan de las que ampliarían su libertad, harían posible su felicidad o facilitarían el desarrollo personal hacia el tipo de vida que valoramos todos.

Fuente: El TIEMPO